“Arquitectura sin Arquitectos” fue el título de una exposición del MoMA cuyo catálogo se convirtió en libro en los años 60 del siglo XX. Bernard Rudofsky, después de viajar por todo el mundo, fotografió y estudió ejemplos de arquitectura vernácula que intentaban demostrar que este tipo de arquitectura tenía cosas que enseñar a los arquitectos.
No fue el único. La generación posterior a los primeros CIAM, ya cuestionó el “Estilo Internacional”, entendiendo que la industrialización de la arquitectura y su respuesta homogénea en todo el mundo la hacía perder gran parte de su humanidad. Alison y Peter Smithson, Aldo Van Eyck, Herman Hertzberger o José Antonio Coderch escriben en este mismo sentido. Dos guerras mundiales cambiaron la fe incondicional en la tecnología como salvadora del mundo en sospecha de que escondía otros problemas.
“Creo que la arquitectura popular en todos los países parte de premisas muy concretas y realistas, y tiene siempre una dignidad de la que carecen muchas obras de la arquitectura moderna.” José Antonio Coderch
En estos mismos años, e incluso antes, los arquitectos españoles se debatían entre “lo moderno” y lo vernáculo. Todos ellos hablan de paisaje y de las arquitecturas anónimas que lo poblaban con admiración. En un país aislado internacionalmente y con una industria precaria, mirar lo propio y soñar con los avances de los países más desarrollados era lo normal.
En la España de la primera mitad del siglo XX, la separación entre lo rural y lo urbano no era tan grande. Los arquitectos no estudiaban la arquitectura vernácula del país, simplemente la conocían de primera mano. Vivían en los edificios de la ciudad, pero también habitaban las casas de pueblo. No hablaban de sostenibilidad, utilizaban un término poético y quizá ingenuo, “el paisaje”, para hablar de los ecosistemas que se encontraban. La arquitectura popular no era un decorado, sino una forma de vivir en relación con el medio. Pero eso pasó. Somos una generación de urbanitas que no sabemos reconocer la sabiduría de la arquitectura popular, ni la forma de vida que existía tras ella.
La idea de que la cultura está en las ciudades y en la globalización sigue siendo sospechosa. Resulta curioso que la raíz etimológica de la palabra “cultura” venga del término cultivar, que tiene más que ver con lo rural, con la relación con la naturaleza y con el significado de habitar.
Ahora, las generaciones que estudian arquitectura son casi exclusivamente habitantes de grandes ciudades y, por tanto, carecen de la experiencia del habitar el territorio rural y sus construcciones. En muchos casos, su conocimiento se reduce a visitas turísticas que no se vinculan con su futura profesión.
En un mundo globalizado, ¿tiene sentido preocuparse de la arquitectura vernácula? Ni es culta, ni está a la última, ni cumple la normativa y, además, los oficios que la hacían posible ya casi han desaparecido.
¿Tenemos algo que aprender de ella en las escuelas de arquitectura?
Creo firmemente que sí, no copiándola estrictamente, sino aprendiendo de cómo es su relación con el medio y la persona. A ese respecto Michael Braungart y William McDonough en su libro Cradle to Cradle afirman que “la sostenibilidad es local”.
Nunca hasta ahora se ha hablado tanto de términos como arquitectura circular o sostenible, y la arquitectura vernácula es el ejemplo más cercano a estos conceptos. Deberíamos investigar o redescubrir desde nuestra realidad global las formas de proceder de esta arquitectura humilde que aprovecha los materiales locales, conoce meticulosamente las condiciones medioambientales, utiliza técnicas pasivas de climatización y responde al modo de vida de las personas que allí habitan y su cultura.
Se puede aprender de estas formas de habitar. Si se utiliza la tecnología actual de forma blanda y precisa, podríamos mejorar sus cualidades y aprovechar su recorrido de adaptación al clima, a los materiales disponibles y a las formas de vivir que crean los ecosistemas a los que pertenecen.
Este camino de redescubrir lo vernáculo se empieza a recorrer desde varios ámbitos académicos:
- El trabajo científico sobre la circularidad y el funcionamiento sostenible de la arquitectura tradicional, como cuenta en la exposición “Amaneceres Domésticos” Carles Oliver sobre una promoción de vivienda social llamada “Life Reusing Posidonia” del Instituto Balear de la Vivienda, que les está sirviendo de prototipo monitorizado y que es capaz de hacer confluir la construcción y la investigación.
- Los ensayos en laboratorio de materiales tradicionales, tal y como se investigan los nuevos materiales tecnológicos, para que se puedan tener garantías similares en su puesta en obra y puedan entrar en la cadena de mercado, como ya están haciendo el Laboratorio Observación de la Tierra (LEO) de la Universidad de Valencia o el Grupo Tierra de la Universidad de Valladolid.
- El desarrollo de arquitecturas donde aún se usan tecnologías tradicionales, pero adaptándolas desde el diseño del arquitecto, para que mejoren la calidad de la construcción. Francis Keré, Anna Heringer y otros arquitectos están trabajando en esta línea. También se están proyectando este tipo arquitecturas en ejercicios de escuela vinculados fundamentalmente a proyectos de cooperación internacional.
- La revalorización del patrimonio vernáculo y su restauración, por parte de arquitectos jóvenes. Si Francis Keré volvió a Burkina Faso para construir en su comunidad con su aprendizaje académico, Alberto Sánchez, un arquitecto especializado en patrimonio y doctorado en Berkeley ha vuelto también a sus orígenes enUsed (Zaragoza) comprando una casa que se ha convertido en un ejemplo de conservación del patrimonio rural desde su cuenta de Instagram @casadepueblo y donde realiza talleres de restauración con expertos en oficios tradicionales.
- La incorporación en la docencia y en los talleres de proyectos necesidades de comunidades locales, mano a mano con los oficios que aún perviven y los materiales locales disponibles como hace la universidad de TALCA en Chile que propone con su proyecto fin de carrera a sus alumnos la construcción real de una edificación en la que tienen que aunar las necesidades de una comunidad, el dinero necesario para construirse y la mano de obra necesaria. Un modelo muy parecido a la arquitectura vernácula, pero con la incorporación del arquitecto, su visión y su compromiso con todas las partes.
Sin duda, hay posibilidad de abrir muchos caminos para que la “arquitectura sin arquitectos” pueda incorporarse a nuestras universidades, cada cual desde sus fortalezas en sus líneas de docencia e investigación.
Quizá convendría reflexionar que la arquitectura culta no es lo opuesto de arquitectura popular o vernácula, puesto que ambas tienen un sentido racional o sentido común (que viene a ser lo mismo) y están hechas para las personas que la habitan. Quizá ambas se oponen a una arquitectura menos racional y humana, la arquitectura del espectáculo, que tan a menudo sobrevuela redes, noticias y proyectos fuera y dentro de nuestras escuelas.
La arquitectura de la sabiduría tradicional, donde el valor de las ideas no reside en su novedad sino en su acierto sostenido en el tiempo. La reverencia al mayor como fuente de experiencia frente al adanismo del que no sabe que no sabe (todavía)
Muy interesante Mª Antonia.