EL MANUAL PARA DESATASCAR PROYECTOS O UN LIBRO PERDIDO EN LA TOSCANA.

Dicen que el Manual Para Desatascar Proyectos es un mito, una leyenda. Que no existe: que nuestra disciplina es tan compleja, tan bonita, tan inesperada, tan infinita, que no puede ser encerrada en un libro.

Yo siempre recelaba un poco: he visto libros (y poemas) que escondían infinitos. De todas formas, si a mí me hablan de un libro perdido, yo me lo creo: elijo creer que existe, aunque solo sea por abrazar la posibilidad de que exista un libro más en el mundo.

Villa di Corliano, Pisa

Sin embargo, hace poco, una conversación con un viejo profesor mío dio fundamento a mi esperanza. Él afirmaba haber visto el famoso manual, haberlo tenido entre sus manos durante un par de horas, en un viaje a Italia hace ya más de cincuenta años. Había sido en una vieja villa renacentista, cercana a Pisa, donde estaba invitado a un concierto de cámara y donde se hospedó por una noche. No recordaba cuál era la villa, aunque sí que interpretaron piezas de Salieri, y de su preciosa biblioteca, llena de libros antiguos donde él, deambulando la mañana siguiente al concierto, tras el desayuno y dilatando su salida, encontró el Manual.

Pasó entonces a describirme el libro, o lo que creía recordar de él. Era grande, pesado, con las tapas de cuero marrón con letras doradas. No estaba encuadernado, “Era más bien como una carpeta, con unas gomas que lo cerraban”, me dijo. Las hojas, en su interior, estaban sueltas, y había de muchos tipos y tamaños: gruesos pergaminos y pequeñas hojas de papel de Biblia, pliegos bordados, trozos de manteles y de vestidos, cartas borradas y reutilizadas.

— Se notaba cuál era el libro al principio —dijo el Profesor— porque había bastantes hojas del mismo tipo, con la misma letra. Pero estaban sueltas y desordenadas, entremezcladas con todo tipo de papeles, escritos con letras y velocidades diferentes: al vuelo o historiadas, esforzadas, ligeras, nocturnas… No había nada firmado.

Hasta entonces había creído al viejo profesor con más ilusión que razón, pero me estaba convenciendo. Todo encajaba. ¿Acaso alguien solo podría firmar un manual así, que debería tener tantas soluciones como arquitectos o proyectos? ¿Y no es lógico pensar que dicho manual tendría que ser crecedero, capaz de enriquecerse con el tiempo, con las nuevas herramientas, con nuevos problemas, con nuevos presentes y pasados? Yo estaba emocionado. Pasé a torpedear al Profesor con mil preguntas: ¿extensión? ¿orden? ¿contenido? ¿índice? ¿final? ¿epílogo?… El pobre hombre, de memoria y vista ya borrosas, empezó a contarme lo que recordaba. Yo iba tomando notas, algo que creo que le molestaba un poco, quizás porque desvelaba en parte el secreto de su enorme éxito como profesor y como arquitecto.

— No recuerdo mucho. Las hojas originales exponían un problema: el atasco del proyectar, la sensación de bloqueo, de no saber por dónde seguir, de no estar convencido, vamos, las típicas excusas —comenzó el Profesor—. A continuación, ofrecían algunas propuestas que seguro has oído, de mí y de muchos: “escucha lo que el proyecto te dice, lo que quiere”. Es cierta, y es verdad, pero también es un poco críptica (ahí tenemos muchas que veces que ayudar al alumno a escuchar el propio proyecto). También decimos: “dibuja mucho”, “haz una maqueta”, “trabaja y en el proceso encontrarás la solución”, “ve resolviendo y estate atento a lo que surja”, “ordena”, “jerarquiza”, “renuncia a cosas” o incluso la brillante “dale la vuelta”.

Yo, mientras, apuntaba frenético todo esto, aunque también algo desilusionado. ¿No era lo que nos habían repetido mil veces? Yo esperaba encontrar algo que me cambiase la vida, que me ahorrase los malos ratos, el descontrol al proyectar, la incertidumbre. El Profesor debió de notar mi pequeño desengaño.

— Todas ellas sirven, son buenos consejos —reivindicó—.  Los seguiremos diciendo porque son verdad. Detrás de ellos se esconde una confianza ciega en el proceso del proyecto. En que las cosas importantes aparecen durante el camino, y que para eso es necesario recorrerlo. Nadie tiene su vida planeada de antemano: qué seré de mayor, con quién me voy a casar, dónde voy a vivir: las respuestas aparecen mientras nos movemos, mientras vamos viviendo. Cuando proyectamos, estamos en camino, de manera que lo normal es no ver el final. Pero a medida que vayamos haciendo proyectos, descubrimos que al final siempre hay un destino, incluso aunque nos desviemos mucho del comienzo, incluso aunque haya que volver atrás y empezar de nuevo. Abraza la incertidumbre con la confianza de que, de forma misteriosa, los proyectos, si se trabajan, salen.

— ¿Y las otras hojas? ¿Las no regladas? ¿Las de Biblia, los trozos de tela, los sobres, las servilletas? —pregunté yo, sin rendirme, dispuesto a encontrar lo otro, lo inesperado, lo que justificase el mito. En realidad, lo que me había dicho ya lo justificaba: tenía poca madurez entonces para reconocerlo. Pero afortunadamente para mi yo de entonces, el Profesor tenía más secretos que compartir.

—Jejeje —se rio el profesor con una risa que se confundía con la tos—. Esas, tengo que reconocerlo, eran las más interesantes, o al menos las que más me entretuvieron ese día. Una pena tener que dejar el Manual ese día, me lo pasé muy bien ojeándolo…

—Pero, ¿qué decían? —añadí impacientándome, olvidando que el tiempo de la vejez no es el mismo que el de la juventud, que necesitaba tiempo para buscar en su memoria esos recuerdos.

—Lo que más llamaba la atención es lo que te he dicho —suspiró el Profesor—. Estaban escritas de muchas maneras, por muchas manos, cuando aparecían las ideas. Juntas, formaban, lo que podríamos llamar un compendio del mundo visto con intensidad. Había un pequeño tratado del vuelo de la mariposa, la recomendación de una excursión a no sé qué lago con cada curva descrita, citas, poemas, descripciones de nubes y de piedras. Tras la página de “escucha al proyecto” había una partitura gregoriana y un ensayo sobre laberintos y jardines. Tras “busca referencias”, el panfleto de una exposición en Venecia y las instrucciones para fabricar un tirachinas. Y así sucesivamente las cosas más disparatadas se mezclaban con las más disciplinares. Los márgenes estaban llenos de escritos y dibujos, a veces indescifrables.

Esto ya era otra cosa, inesperada. Mi interés había vuelto a crecer, aunque no entendía ni torta.

— Lo que decía el Manual —resumió el Profesor—, en realidad, es que la Arquitectura está en todas partes. Que lo importante se aprende fuera de las aulas, que el secreto a tus proyectos está en la vida, y en tu pasión por ella.

No fui capaz de sonsacar mucho más al viejo Profesor. Fue la última vez que lo vi. Con el tiempo pude ir experimentando, poco a poco, que el Manual, en realidad, era mucho más certero y menos disparatado de lo que podía haber pensado. Que el secreto del proyectar está en la intensidad de la mirada, y que para eso hace falta entrenamiento: pero es un entrenamiento feliz, porque todo parece más brillante, todo cargado de ideas, de mensajes, de futuros.

También entendí que yo, al igual que tú (y que el Profesor, como sospechaba en realidad: nunca me tragué que ese libro siguiese allí), podíamos formar parte del Manual, escribiendo nuestros momentos de mirada fugaz, nuestras recetas desatascadoras, consistentes, principalmente, en perder el tiempo aprovechando el tiempo. Así, he descubierto que merece la pena pasear pensando, hacer deporte, excursiones, dibujar sin rumbo, hablar con la gente, cocinar, cantar, escuchar música con atención. Leer, siempre (las ideas son palabras), visitar exposiciones, ver buenas películas. Presentarse a concursos, asistir a conferencias, mirar los árboles, las nubes o lo que sea si se hace con intensidad. Escribir, hablar con la gente, estar en silencio.

La lista es infinita. Solo se trata de vivir la vida bien, en realidad. El Profesor no me lo dijo, pero puede que hubiese una sentencia final, o inicial, que sería: “¡Estate Atento!” (¡o probablemente “Conscii!”, en latín, que pega más). Eso significa tomar nota de lo que pasa, digerir las cosas. Pensar en ellas, vivir como personas capaces de ver el mundo con toda su amplitud, abiertos, expectantes, con capacidad de asombro. Y reflexionar luego. Cuando recuerdo el Manual pienso siempre que lo importante de la carrera de Arquitectura ocurre fuera de las aulas, y se me viene a la cabeza la canción de Alejandro Sanz Lola soledad y su verso “estudió carreras en los corredores…”.

¿Cuáles son tus corredores? ¿Qué páginas al margen añadirías tú al manual?

 

 

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Pablo Ramos Alderete. Arquitecto por la ETSAM con Matrícula de Honor en 2011 y Premio Alejandro de la Sota al mejor PFC. Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados en la ETSAM (2011-2012). Ha impartido clases de Proyectos y de Máster en la ETSAM (2012-2016). Desde 2013 es profesor de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad Francisco de Vitoria. Miembro del grupo de investigación "Cultura del Hábitat" y doctorando por la ETSAM. Ha participado como profesor en diferentes workshops internacionales y ha impartido conferencias en diversas universidades europeas. Actualmente compagina su labor investigadora y docente con la práctica profesional de la arquitectura, que le ha llevado a obtener premios en concursos nacionales e internacionales.

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