“La mayoría de nosotros hemos adquirido el hábito de ir cada mañana a un lugar donde se nos dice qué debemos hacer con nuestro día” (1). Dentro de la educación la tendencia era reducir los tiempos de control de materia y el acompañamiento a corta distancia… esta metodología no está mal planteada sino se introducen en ella dos cuestiones que sobrevuelan nuestra cultura occidental: la velocidad frenética y la rentabilización de cada minuto de nuestra vida.
En alguna ocasión, alguno de mis alumnos me ha comentado “no he avanzado porque sé que no va a servir para nada y voy a tener que hacer algo nuevo”; quizá, esta frase saca a la luz estas dos cuestiones. Lo que hago tiene que servir para algo y, normalmente, tiene que ver con resultados objetivables y a corto plazo.
Sin embargo, los intentos y el proceso ofrecen resultados muy valiosos para todos; es un entrenamiento que nos hace capaces, reflexivos, críticos con el método, que nos descubre formas de actuar para abrir futuros caminos.
De la noche a la mañana, este ritmo de trabajo se ha esfumado con la situación de encierro que ha provocado el coronavirus. También, hemos perdido el vínculo entre las actividades que realizamos y el lugar donde las realizamos. El cambio de escenario ha desaparecido. Los lugares de: trabajo/estudio, casa/descanso, calle/ocio, gimnasio/deporte, transcendencia/ templo han desaparecido. El lugar se ha reducido a uno solo, nuestra casa, y los tiempos deben fluctuar según nuestra propia decisión y gestión. Si antes los tiempos se vinculaban a los distintos espacios, ahora el espacio es el mismo.
A su vez, existía una fragmentación de las personas con las que compartíamos lugar, actividad y tiempo: universidad/compañeros, casa/familia, calle/amigos. Sin embargo, el coronavirus nos ha dejado de nuevo un único lugar, y ahora los que nos encontramos en la casa compartimos todas las actividades, ya sean compañeros o familia, o si estamos solos, con nosotros mismos.
Esta fragmentación se ha hecho pedazos con el encierro y, sin duda, nos ha descolocado la vida. Ahora tendríamos que preguntarnos si esta situación es una tortura o más bien una oportunidad de crecimiento. Esta autonomía impuesta nos puede enseñar algo sobre la parcelación de nuestras vidas, que las convierte en esquemáticas y rígidas, cuando en realidad “todo está conectado” no sólo en nuestras propias vidas sino también con las de los demás.
Esta conexión es más que fecunda en las situaciones de creación, donde aparece no sólo un ejercicio racional sino también una parte artística y experimental. En este tipo de actividad, donde incluyo a la arquitectura, esta vinculación no sólo es fecunda sino imprescindible. Solo estando atento, caminando por lugares no controlados por mí, puedo descubrir mi lugar en la realidad y en la arquitectura.
La experiencia personal y los proyectos van de la mano. Las respuestas no sólo están en lo que nos llega del ciberespacio sino también en nuestro aprendizaje vital. Estos días en casa habremos reflexionado mucho sobre la ventana, sobre la orientación de nuestras viviendas, sobre los balcones y las terrazas o sobre los metros cuadrados que nos regalan espacio para la vida y que no son, simplemente, números que tienen que cumplir normativas. Seguramente, hemos reflexionado más sobre ellos en este tiempo que durante toda nuestra etapa de estudiantes y cuando esto se acabe no deberíamos olvidarlo.
Tenemos unos dones y una mirada que se ejercen y sirven en todas circunstancias y lugares. Algo que debemos descubrir y cultivar toda nuestra vida y para todos, no sólo para un momento, no sólo para ganar dinero y tener una profesión. Si entendemos que esta es mi aportación al todo y que todo me aporta no seremos un “verso suelto” sino parte de una hermosa poesía. Quizá, desde esta forma de ser y hacer, nuestras ciudades y los lugares que construimos serían mejores.
Podemos elegir seguir conectados al ruido, a la velocidad, a la exigencia frenética. Las tecnologías nos lo permiten, pero somos nosotros los que tenemos que buscar tiempos para nuestra concentración -antes y después del encierro- para encontrar espacios para las cosas que nos ocupan de manera personal y que deberían ocupar nuestros proyectos arquitectónicos. Hay que aprender a silenciarse (mensajes, notificaciones, reuniones online). Los tiempos en silencio, sin prisas, nos hacen tomar perspectiva de lo que somos, de lo que hacemos, de la vida que hay, de la belleza que surge, de lo que hay que ordenar, de la realidad y del proyecto a realizar. Nos hacen entender el diseño de la vida y a diseñar y proyectar desde ella.
Cuanto más avanzamos de manera autónoma, más acotamos los problemas y las encrucijadas por las que hay que transitar, de tal manera que las dudas se reducen. Este es el momento de “conectarse” con el otro: el profesor o el compañero. Entonces no nos saldrá, un genérico “estoy perdido”; nos saldrá una duda concreta, dos planos con dos soluciones distintas en las que podemos enumerar los pros y contras. Es en ese momento, cuando la mente alejada del problema puede ayudarnos a decidir, a poner luz para tomar un camino u otro. Donde cobra sentido el acompañamiento porque el profesor no realiza el camino por ti sino que lo contempla e intenta mejorar tu propio camino, tu propia forma de entender y hacer la arquitectura.
Este tiempo que nos pone a prueba, nos da la oportunidad de abrirnos a nosotros mismos, de saber que tenemos las riendas y la responsabilidad de nuestras vidas y, dentro de este gran desafío, está mi “parcela” de estudiante. Podemos aprender a ser autónomos, a reconocer nuestras capacidades y ponerlas en práctica, a ensayar y descubrir las posibilidades, a tener errores y desde ahí “corregir el rumbo”, sabiendo que siempre se puede y debe rectificar, sabiendo que siempre habrá que contrastar. Sin duda, esta enseñanza nos va a servir también para muchas más cosas a lo largo de nuestra existencia.
Nos han parado la producción física de las cosas, porque eso necesita realmente salir y construir. A un estudiante le falta el cuerpo a cuerpo con sus compañeros y con el profesor, nos faltan esos espacios no programados que muchas veces son tan fecundos en ideas, en afectos y en descubrimientos… Pero, no nos han quitado la capacidad de avanzar en nuestros proyectos, nuestras ideas, nuestros dibujos, nuestros escritos de reflexión de lo que estamos haciendo… esto es un aprendizaje también, que seguro nos hace mejores. Y, por supuesto, si no vamos al ritmo que queremos intentemos no machacarnos, todo cambio requiere un tiempo.
Las muertes por el coronavirus, la distancia en el acompañamiento y en el duelo, la crisis económica de las familias con menos recursos, son hechos terribles ante los que no caben palabras.
Pero nuestro encierro puede tener un camino de crecimiento, en nuestra propia autonomía y en el descubrimiento de nosotros mismos porque el tiempo no programado en soledad también nos lleva a la creatividad personal y colectiva.
- Este comentario aparece en un artículo “No es lo mismo no salir que estar confinado en casa” de Mona Cholet que os recomiendo. https://elpais.com/cultura/2020/03/20/babelia/1584731864_692436.html
Imagen portada: 1952. Le Corbusier: el Cabanon.
https://www.descubrirelarte.es/2015/08/28/le-corbusier-el-genio-de-la-vida-contemporanea.htm
Qué reflexión tan bonita y necesaria! Un poco de visión positiva y productiva en esta situación que parece tan negativa y que parece que nos paraliza. ¡Claro que hay lugar para el crecimiento personal, y por ende, colectivo! Gracias Antonia