Xavier Ros definió el “detalle estratégico” como ese gesto esencial e innegociable que da alma al proyecto, desde donde todo crece. Es una decisión pequeña pero intensa, capaz de transformar un encargo humilde en arquitectura memorable. Herzog & de Meuron lo demostraron con sus edificios para Ricola: detalles mínimos —paneles, aleros vegetales, impresiones o reflejos— que dialogan con el entorno y elevan lo cotidiano. El detalle estratégico conecta escala humana y gran escala, y revela el amor del arquitecto por el habitar. Es el punto desde el que todo cobra sentido.
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Hace unos años, en el marco del SAW (Summer Architectura Workshop) de la UFV, Xavier Ros, uno de los socios de H Arquitectes, nos habló de lo que él llamaba “El detalle estratégico”: ese detalle que define el proyecto, innegociable, donde hay que poner el (poco o mucho) dinero que se tenga. Algo muy concreto que contiene el alma del proyecto, como si fuese una semilla del resto, el lugar desde el que crece el proyecto o el que lo define. Un ADN muy concreto desde el que reconstruirlo. Es precioso, y quizás algo romántico, pensar que algo parcial, fragmentario e incluso descontextualizado puede, sin embargo, dotar de intensidad a un edificio que sin él no tendría sentido. Los que hemos hecho proyectos de escaso presupuesto sabemos que las acciones tienen que ser así: intensas y medidas, reales y, a la vez, trascendentes. La línea de cornisa, el detalle de las ventanas, ese suelo que se extiende fuera… ¿Qué decisión es la verdaderamente importante en el proyecto? ¿Cuál no se puede sustituir? Esa pregunta, que a veces puede parecer una respuesta a un programa económico, es, sin embargo, una invitación a vivir el proyecto con una intensidad salvaje: a encontrar lo esencial, lo que lo mueve, desde donde crece.
Por eso, hay una parte del curso de Proyectos que hacemos en la UFV que tiene que ver con el detalle estratégico. Porque obliga a parar, hacerse la pregunta, y definir el proyecto desde la pequeña escala, abriendo una cadena de decisiones que, casi siempre, terminan redefiniendo el proyecto, repercutiendo en la gran escala, las plantas, las secciones, la ciudad, el lugar. Pero el detalle estratégico… ay, el detalle estratégico atiende a la persona, a su escala, a su relación sentimental con el mundo. Es recorrer el camino de vuelta, dejar de ser el arquitecto que proyecta desde las alturas para ser el habitante que toca el edificio con sus manos. Y eso lo cambia todo. Y hace que todo encargo pueda ser motivo de reflexión profunda.
Cada proyecto tiene su propio detalle estratégico, y hemos de saber identificarlo. La mesa de Miralles en su apartamento, el techo de la Casa de los Bichos de Miguel Eyquem, los suelos de Pikionis o de los Smithson, la esquina de Mies. En tiempos modernos podemos acercarnos a varias arquitecturas a partir de su detalle estratégico. Chipperfield, Zumthor, Wang Shu, Ishigami… y muchos más que son capaces de mantener la intensidad hasta el final: y, una vez encontrado el secreto, quitarse de en medio para que el proyecto aparezca. Pero hoy la cosa va de caramelos.
Herzog & de Meuron, en sus comienzos, en tres episodios o proyectos para Ricola nos enseñan como algo accesorio, como la envoltura del caramelo (o sea, del espacio) puede estar llena de matices. Hasta hacer de ese caramelo (sin azúcar) un manjar precioso.
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No.38. Ricola Storage Building (1986-1987)
Unos jóvenes Herzog & de Meuron se enfrentaban a un encargo difícil: una cubrición, un estuche, a una nave ciega metálica, ya predefinida, destinada al almacenamiento de caramelos y, por supuesto, tenía que ser barata.
¿La solución?: un detalle, realizado a partir de paneles de Eternit (fibrocemento) inclinadas y horizontales, mayores en la parte superior y menores en la inferior, como si pesasen. El volumen se ve como un todo estratificado, uniforme y, a la vez, fragmentado, en el que parece que la fachada se ha “almacenado” también, como los cercanos secaderos de madera apilada. A medida que nos acercamos, el edificio se descompone: se distinguen los paneles, la estructura auxiliar de madera, la chapa galvanizada del fondo. La imagen rotunda se descompone y se acerca a la escala de la persona. Y dos pequeñas apreciaciones: cómo empieza y cómo acaba. Empieza sobre costillas de hormigón que se dejan vistas. Acaba sin los últimos paneles: se ve el contenedor de chapa que parece, con sus reflejos, un lucernario, protegido por una cornisa “como los palacios renacentistas”. Una lección de magnanimidad: de un encargo aparentemente insulso, una obra maestra. No hay encargo pequeño.

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No. 94. Ricola Mulhouse (1992-1993)
De nuevo un almacén enorme, esta vez con una cierta componente humana: se habita, al ser también espacio de fabricación. Pero la planta, de nuevo, está dada: un rectángulo flexible y libre. El edificio es un contenedor, como una “caja de cartón con las solapas abiertas”, dicen los autores, con dos porches que protegen la carga y descarga. Las fachadas de los porches, ahora, tienen que introducir luz filtrada: lo hacen a partir de paneles de policarbonato (el material translúcido más barato del mundo), impresos con fotografías de Karl Blossfeldt (buscadlo si no lo conocéis, merece la pena) que hacen el efecto de cortinas translúcidas. Una manera artificial de que la naturaleza forme parte de la fábrica, una finísima capa vegetal de una micra de espesor (la tinta) que cualifica todo el espacio de dentro. ¿Y qué ocurre con los testeros, los lados cortos de hormigón negro de la caja? Pasa que, la cubierta se configura geométricamente para que el agua, sin detalle alguno, resbale por el muro de hormigón, formando una película finísima de agua cuando llueve. Se crean espejos de agua que reflejan la vegetación cercana. De nuevo, una finísima capa vegetal (virtual) cualifica el contenedor. El edificio cambia, de noche (luminosa la fachada, opacos los testeros), de día (todo parece opaco, depende de la luz) con lluvia o sin ella. Dos maneras de indagar en la relación de la naturaleza y el artificio tatúan sus fachadas. Para el que no lo conozca, tres años después el muro vivo volvería a cristalizarse en el estudio de Remy Zaugg, esta vez con óxido y árbol incluidos.

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No. 154. Marketing Building Ricola (1997-1998)
10 años después de su primer encargo para Ricola, Herzog & de Meuron construyen un edificio de oficinas. Se han ganado el derecho a decidir la planta, la forma, la atmósfera. En este caso el lugar es determinante: un jardín lleno de vegetación frondosa que ellos se niegan a destruir: es más, igual que en los ejemplos anteriores, intentar dialogar con ella a través de la construcción, proponiendo una naturaleza artificial en diálogo o comunión con la existente. La planta, deformada para conservar los árboles, ofrece unas fachadas limpias y algo quebradas de vidrio, que refleja en ángulos diferentes el entorno y descomponen el edificio. Pero la magia no se queda ahí. Por fuera, (un detalle estratégico) una cornisa o alero con una malla sujeta entre vástagos de plástico (como los del salto de pértiga) sostiene una capa de vegetación que cuelga entre los huecos de la malla. Ese alero es flexible, de manera que a más vegetación, más deformación: la arquitectura baile al son de la naturaleza. Especies perennes y caducas se intercalan en esa cortina exterior, un aura aérea, natural que envuelve de aire denso al edificio. Y que dialoga con lo que pasa dentro, en los que unos triples rieles de cortinas de colores permiten que los usuarios elijan transparencia o color en una fachada interior cambiante como la capa de fuera. El edificio se concibe desde ese trozo de aire, un límite que separa lo de dentro y lo de fuera.

Autor: Pablo Ramos Alderete
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