Por Felipe Samarán.
Sobre el arquitecto y docente Alberto Campo Baeza
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En arquitectura no tiene igual valor generar sorpresa que asombro. Sorprender es la capacidad de “pillar desprevenido”, mientras que asombrar es el arte de “causar gran admiración”. Sorprender es caduco como un chiste al repetirse, asombrar es perenne como la belleza de una puesta de sol. Mientras que los sinónimos de sorprender son tan superficiales como agarrar, coger, pescar, pillar, cazar… los de asombrar son tan profundos como admirar, maravillar, fascinar, deslumbrar, extasiar, impactar o conmover.
Lo sorprendente está hecho para verse rápido, como un truco de magia que si se observa con detenimiento puede perder su interés. Está más pensado para la foto y la publicación del momento inaugural. Lo asombroso invita a la contemplación pausada y repetida. Gana con el tiempo y con la visita presencial que permite la observación directa y la acogida del habitante. La sorpresa no se detiene en matices, el asombro descubre nuevo valor en cada detalle.
Lo sorprendente se alimenta de su novedad que pronto será sustituida por la siguiente ocurrencia, y que podría ser reproducida por cualquiera. Por ello pasa de moda con rapidez. Lo asombroso juega con lo de siempre, pero de un modo virtuoso, que aporta nuevo valor, que es establemente bueno, aunque difícil de imitar. Conecta con lo esencial del ser humano y tiene la capacidad de convertirse en un clásico atemporal. Por eso luz, espacio, gravedad y orden son los componentes básicos de la “Arquitectura del asombro” que Alberto Campo Baeza propone como componentes básicos con los que debe aprender a jugar el arquitecto, como queda patente en la Caja General de ahorros de Granada que forma ya parte de la herencia arquitectónica de España. Y cuando elije “Siete lecciones de arquitectura” como legado en el corazón arquitectónico de las bellas artes, se detiene en temas eternos como la vida misma: “Belleza, sabiduría, renuncia y universalidad, disfrute intelectual, memoria, tiempo y luz”.
Lo sorprendente es un fuego de artificio instantáneo que pierde brillo con el tiempo. La buena “Arquitectura del asombro” tiene vocación de sostenerse estable en el espacio y el tiempo, y en tanto que aspira a pertenecer al reino de las bellas artes como la escultura, pintura o música busca hacerse hueco en la memoria individual y colectiva y permanecer en el tiempo. Así propone Campo, consciente de la trascendencia de su misión, que el arquitecto debe escribir (para limpiar, precisar e inmortalizar el conocimiento) construir (para materializar las ideas) y enseñar (para compartir los dones y enseñanzas recibidas y ayudar a que sigan vivos). Acceder al vídeo.
La sorpresa intenta inventar lo nunca visto, aunque resulte más inútilmente extravagante que profundamente original, mientras que la “Arquitectura del asombro” intenta transformar lo ordinario en extraordinario con pequeñas y sutiles operaciones que renuevan la forma de relación entre la persona y el espacio, regalando una belleza que no perece. Podemos descubrir en cada proyecto de Alberto Campo una forma meditada y acertada de relacionarse con algo tan básico como lo que se ve o lo que no se quiere dejar ver, y que responde con precisión de cirujano al programa y al entorno. Como la mirada introspectiva e íntima de la Casa Gaspar, la forma medida y abierta de relacionarse con el horizonte de la Casa de Blas, o la visión diferenciada que invita a soñar, vivir y morir cada día de la Casa del poeta Moliner.
La sorpresa no admite referentes, porque desprecia el pasado para poder plantear su salto adanista hacia el futuro, mientras que el asombro reconoce a sus maestros y construye sobre sus sólidos cimientos dando crédito a las lecciones aprendidas y llevándolas un paso más allá. Ese es el motivo por el que Alberto Campo se rodea, aprende y cita siempre a los clásicos romanos, (Cicerón –De senectute-, Marco Aurelio –Meditaciones-, Vitrubio…) de la literatura, (Cervantes, Shakespeare, María Zambrano…) de la pintura, (Goya, Velázquez…) a los místicos, (San Agustín, Santo Tomás de Aquino…) a los maestros que le precedieron, (De la Sota, Oíza, Carvajal, Cano Laso…) Y con ello se encarama a hombros de gigantes como proponía Bernardo de Chartres para ver más lejos desde su bien escogida atalaya privilegiada.
La sorpresa busca materiales y formas nuevas mientras que el asombro dignifica y ensalza los materiales de siempre haciéndolos brillar de forma nueva con la honestidad de su propia naturaleza, con la elegancia de sus propiedades sin artificios que las alteren. Eso hace la sinceridad desnuda de los materiales con los que construye Alberto Campo entendiendo lo que proponía John Ruskin en sus “Siete lámparas de la arquitectura” y que vinculaba indisolublemente la buena “Arquitectura” con la “Lámpara de la Verdad”.
Es más interesante y duradera la Arquitectura que más que a un “wow” de sorpresa evanescente, aspira a invitar al silencio de la contemplación perdurable que despierta el asombro. Por eso es enseñanza perdurable lo que Alberto Campo Baeza propone con sus escritos, construcciones y lecciones de arquitectura, merece la pena que todo amante de la buena arquitectura conozca con profundidad y deleite.
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