Criterio: “Norma para conocer la verdad. Juicio o discernimiento”.[1]
Decíamos en la primera parte de esta publicación que Verdad era: “(…) la capacidad para captar la esencia de las cosas, acceder a la búsqueda de la verdad o a la sabiduría, entendiendo ésta como “El más alto grado de conocimiento. Conducta prudente en la vida o en los negocios” o “El arte de vivir y de saber conducirse en la vida”.[2]
Es decir, sólo a través del conocimiento amplio, global o integral, el hombre es capaz de alcanzar la perspectiva que le permite -desde su propio entendimiento y opinión- tomar la mejor, más auténtica o, al menos, óptima de las decisiones, atendiendo a aspectos muy diversos que apelan a ámbitos como el personal, ético, social, económico, profesional, etc. Un hombre pleno es aquél que, desde la integralidad del conocimiento, puede hacerse un juicio de las cosas y actuar sobre ellas.
Pero ¿cómo se avanza hacia un conocimiento integral y -consecuentemente- se forja un criterio? Si algo caracteriza la enseñanza universitaria es la transmisión de criterio -por parte del profesor-, proporcionando al alumnado un instrumento más para la formación del suyo propio; criterio que será una de sus herramientas personales y profesionales más importantes en la vida -si es que ambas dimensiones pueden desvincularse-. Es decir, la trasmisión y formación de criterio es una de las señas de identidad esenciales de la enseñanza universitaria. Hoy en día, su transmisión se limita cada vez más al ámbito puramente profesional o técnico, aunque hubo un tiempo en que la dimensión ético-personal era tan decisiva como los dos anteriores.
El conocimiento integral -más allá de la propia disciplina- es una de las vías para alcanzar la plenitud personal y profesional y, a este respecto, las materias de humanidades, decisivas en la tradición universitaria desde sus orígenes, resultan también imprescindibles en la construcción del criterio del alumno. La especialización académica actual, iniciada a edades tan tempranas como la enseñanza secundaria, eliminan la posibilidad de acceder a estas disciplinas a aquellos alumnos que orientan sus futuras carreras profesionales hacia ámbitos más técnicos, con la considerable pérdida que esto conlleva en su formación integral. Todavía no hay una conciencia generalizada de lo que las Humanidades aportan a la formación integral del alumno y, consecuentemente, a la formación de su propio criterio.
En cualquier caso, la vía más directa para que el alumno se forje un criterio es el profesor y todavía es mucho mejor si quien lo hace es un maestro[3] porque las vivencias personales y profesionales se ponen en juego y enriquecen la transmisión del conocimiento académico en general y el técnico en particular.
Pero, más allá del profesor y la enseñanza académica, ¿puede un alumno forjarse un criterio, un juicio sobre las cosas?
La respuesta es rotundamente afirmativa, aunque depende de la voluntad personal de desear tenerlo; es decir, se precisa una actitud de proyección, de “ir hacia” las cosas, así como de acogida a todo lo que se va encontrando y/o descubriendo. El alumno cuenta con otras vías de conocimiento que están a su alcance formando parte de su vida más cotidiana y que, hoy en día, han quedado relegadas por un mundo en el que la inmediatez y la sobre-exposición a todo tipo de información desvirtúan el auténtico proceso de formación y configuración de un criterio.
El mundo global actual ofrece la posibilidad de llegar tan lejos como se quiera a la vez que -paradójicamente- limita y delimita más que nunca el acceso a una información veraz y libre. Nunca se ha tenido acceso a más información y nunca se ha estado peor informado y, consecuentemente, formado.
Se tiene acceso para conectar con los medios informativos más internacionales, ver y conocer las culturas más lejanas, acceder a las publicaciones de los eruditos más dispares y, sin embargo, el alumno se ve cada vez más limitado únicamente a aquellas vías de información en las que se siente más cómodo, bien por facilidad de acceso a la fuente, por rapidez de la misma o porque consigue atraerle por motivos no siempre rigurosos en lo que a la información integral y veraz hace referencia. Es decir, los canales informativos sufren un proceso de autolimitación que deja fuera todo un mundo lleno de riqueza y posibilidades que podrían conformar ampliamente su horizonte.
Las películas las selecciona Netflix, las noticias Twitter, las imágenes Instagram y los amigos los sugiere Facebook. Las lecturas quedan reducidas a best-sellers, cada vez hay menos novela -por no hablar de literatura- o ensayo entre los universitarios. La prensa -digital o impresa- tampoco es fuente de información. En otros tiempos se decía en las aulas que si no se leía la prensa no se era un universitario y, en algunas carreras, se trabajaba la historia o la economía simultáneamente sobre periódicos diametralmente opuestos ideológicamente. En las casas los periódicos se recibían diariamente y la variedad de prensa a la que se tenía acceso era verdaderamente importante. Hoy sigue existiendo, pero ¿la leen los universitarios?
La televisión, siempre denostada, tuvo una época dorada en la que la calidad y el objetivo de formar al espectador parecieron primar. Teatro, conciertos, debates de altura, programas culturales e informativos permitían conocer realidades distintas.
¿Y el cine? ¿Qué estudiante no se preciaba de aprovechar los días de precio reducido para ver las películas más diversas, incluso “cine de autor”, con las que poder dar un toque intelectual a las conversaciones? Un buen arquitecto, historiador, estudiante de Bellas Artes, periodista, etc. debía saber de cine. Las exposiciones, las visitas culturales, los viajes, los cursos y seminarios… todo formaba parte de la vida de un universitario que se preciara, fuera de la disciplina que fuera.
Antes, el estudiante se forjaba un criterio, la capacidad de asomarse a la realidad más global e integral sin darse cuenta. Se quería “saber” y conocer por puro placer y, sin querer, se iban forjando “curiosos” que lo serían el resto de su vida; inquietos inconformistas que aprendían por la pura rebeldía de no ser suficiente lo que tenían; ambiciosos profesionales donde “estar a la última” era un valor más que añadido. Y todo ello formaba el criterio, la capacidad de conocer, saber, emitir juicios y tomar decisiones.
¿Cómo es posible tener conciencia de lo que se pierde si ni siquiera existe un interés pleno por “asomarse” a lo que puede haber “más allá”?
Y tú: ¿vas al cine, lees libros o sólo eres un experto en tu materia?
[1] https://dle.rae.es/criterio
[2] https://escuelaarquitectura.es/universidad-ensenanza-academica-vs-formacion-integral-de-la-persona-i-parte/
[3] Entendiendo como maestro aquél que es relevante entre los de su clase y por profesor el concepto más específico de quien enseña una ciencia o un arte.
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