Fracasa otra vez
Pocas cosas son más dolorosas para el estudiante de arquitectura que cuando su proyecto, al que ha regalado tanto tiempo, llega a un punto muerto. A veces incluso cuando no le ha dedicado mucho trabajo, pero sí un cierto grado de ilusión: una tarde de ligera emoción, o lo suficiente para tener los arrestos de contarlo en clase.
Quizás lo primero que habría que recordar es que no somos nuestras propuestas de arquitectura. Lo que a veces no funciona no es que no seamos buenos arquitectos, sino que, en el camino hacia el buen proyecto, hacen falta muchos desvíos y fracasos, errores fecundos, dudas e inseguridades… Todos recordamos a Edison afirmando que había encontrado miles de formas de cómo no se hacía la bombilla, o la famosa sentencia de Beckett “Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Cada uno de los proyectos que se quedan en el camino son escalones hacia un proyecto mejor, puertas hacia nuevos descubrimientos.
Si no estamos perdidos ¿Cómo vamos a encontrar algo?
La arquitectura está condenada al fracaso: nunca se puede controlar del todo. Incluso cuando se hace, su éxito es limitado: basta un niño con un balón para romper un cristal, una tormenta de nieve o una guerra para recordarnos su vulnerabilidad. Incluso aunque no pase nada de eso: cuando empezó el proyecto queríamos “resolverlo todo”, olvidando que la vida siempre rebosa, y que la arquitectura no resuelve, sino que propone. “El encanto de la literatura es el de quedarse en un intento, pero que se aproxima a algo que merece la pena”, dice Vila-Matas.[1]
Dejar ir
Con eso en la memoria podemos afrontar los desvíos del proyecto con más tranquilidad, seguros de que cada camino que parece que no llega a ningún sitio no está sino señalando la maravillosa grandeza de las cosas humanas, de las cosas que se nos escapan, rodeando un centro que nunca podemos alcanzar del todo pero que a base de tanteos terminaremos rozando. El profesor, por su parte, debería hacer apología del error (Luis Martínez Santamaría nos lo recuerda en su libro Contacto), alimentar las ganas de explorar sin miedo a llenar nuestro cementerio particular de proyectos fallidos. La Universidad parece el lugar adecuado para aprender a dejar ir: la realidad nos exigirá luego rapidez y responsabilidad, y la condición de buscador quedará reducida a los estudios y al valor que nosotros sepamos darle.
El profesor entonces debe premiar la madurez y la valentía, saber ponderar las cosas y, sobre todo, separar el error de la persona. Este camino no es el bueno, pero tú sí: tú has sido capaz de intentarlo y dejarlo ir, que es mucho más difícil que intentarlo y aferrarse a ciegas, irracionalmente. No hay aprendizaje sin error. No hay buenos proyectos sin muchos otros que se han quedado en el camino, a veces también muy buenos, que se han sacrificado por una mirada mejor, por una arquitectura mejor. Como en la vida, una elección es también una renuncia: pero cuanto mayor sea la renuncia por algo mejor, más valor tiene la elección. El mejor sí es también todos los otros noes, y de ahí su grandeza. Eso es el compromiso, en realidad, en nuestro caso con la propuesta de un mundo mejor, más bello.
La habitación de las cajas negras
Conozco a unos muy buenos arquitectos que guardan en cajas negras (cada vez más) sus proyectos fallidos por mil razones. Concursos no ganados, caminos empezados y abandonados, ideas inoportunas… algunos ocupan un folio, otros, más que un proyecto de ejecución. Muchos de ellos son maravillosos: simplemente no encontraron su lugar o su momento. Y su principal valor es que entendieron que había otro camino mejor, descubierto gracias a ese fracaso.
Cada uno de ellos es guardado con cariño y dignidad en esas cajas, que ocupan un lugar preferencial del estudio, construyendo el umbral de salida a un jardín de aromáticas donde siempre huele a tierra y hay un estanque. Esa habitación-umbral, de paredes construidas de cajas negras, tiene una butaca, y es frecuente ver a los arquitectos coger una caja al azar, sentarse de cara al jardín, abrirla y recordar caminos inconclusos. Nunca van sin cuaderno, y a veces vuelven con alguna hoja en la mano y muchas pulsaciones en el cerebro.
Este cementerio de proyectos es el sustrato de los proyectos que después florecerán: yo les digo que por eso el jardín huele siempre a tierra, por eso crecen tanto sus plantas. No hay atajos, afortunadamente. Es la condición del jardín, el abono, la tierra sobre la que pasear luego, el lugar donde volver una y otra vez. Esta habitación, por cierto, es mucho mayor que el archivo de proyectos acabados, al que no vuelven tantas veces, que tiene cajas rojas y no tiene ventanas ni butacas (supongo que porque para qué volver a unos planos de algo que ya está construido).
El destierro del miedo
Ahora que empiezan los cursos de proyectos, deberíamos recordarnos una y otra vez que nuestro compromiso es con las personas y con el mundo, no con nuestras propuestas, que el proyecto es para ellos y que no hay nada más humano que el error[2], y por tanto, nada más acertado: nada que nos acerque más a la meta. Como en el amor, no se llevan las cuentas para estas cosas: solo está el ideal al que aspiramos.
Así que desde ahora queda desterrado el miedo de las clases de proyectos, sustituido por la ilusión del descubrimiento y por la generosidad del esfuerzo. La reivindicación de nuestros pequeños cementerios de proyectos, la condición indispensable para nuestro jardín de arquitectura o, mejor, para convertir el mundo en un jardín.
[1] https://www.eladelantado.com/nacional/vila-matas-la-literatura-y-el-fracaso-son-la-misma-cosa/
Un articulo muy acertado y motivador, sin duda. Me gustaría resaltar: «separar el error de la persona», pues uno puede cometer un error, pero nunca serlo, si se esfuerza de continuo y no se deja vencer.
La de cosas que deberíamos dejar ir…
Y lo importante que es vivir ligeros de equipaje.
Los errores y fracasos son a veces tan difíciles de dejar ir como los grandes amores, puede que porque muchas veces estamos enamorados del fruto de nuestro trabajo y nos cuesta aceptar que algunos amores o no nos corresponden, o no llegaron en el momento adecuado, o no nos hacen bien. El amor todo lo puede y a veces todo lo ciega…