“Tras muchos años trabajando como arquitecto, enseñando como profesor y poniendo por escrito mis ideas, las razones por las que hago mi trabajo, debo confesar que lo que de verdad busco, con todo mi ahínco, con toda mi alma, denodadamente es la belleza”[1].
Así describe su propósito profesional-vital Alberto Campo Baeza en su discurso de incorporación a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 2014. Una vida dedicada a la búsqueda de la belleza. Que apasionante y nebulosa misión. Mientras que la ciencia puede medir de forma empírica el resultado de sus averiguaciones, la belleza se mantendrá siempre en un inefable e inasible limbo que merece la pena perseguir, gustar y hacer gustar.
Lo bello, según la RAE es “aquello que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu”. Complacer dos sentidos del cuerpo, vista y oído, y por extensión proporcionar placer al espíritu, una realidad que podemos intuir, pero difícilmente demostrar, y solo vagamente definir, pero sin la cual todo lo demás resulta efímero o irrelevante.
La realidad física de nuestros sentidos es explicable torpemente por la física, la química, o la biología, pero nuestro inexplicable espíritu es, sin embargo, aquello que da razón de nuestra vida, nuestros anhelos, nuestra capacidad de darle sentido a todo cuanto percibimos, y permite entender una de las muchas cualidades que nos diferencia del resto de los animales, nuestra capacidad de TRASCENDER. Comprender que las cosas y los acontecimientos no solo “son”, sino que tienen “origen” y “trascendencia” es algo que no hacen los animales pero que el ser humano no deja de plantearse hasta el punto, en el mejor de los casos, de empeñar su vida en contactar con ello. Los animales no son capaces, como el ser humano, de admirarse ante la belleza, y a través de ella contactar con la felicidad y con el sentido último de su vida.
La arquitectura tiene una primera misión de funcionalidad que cumplir, puesto que también el hombre es el único animal que no habita la naturaleza sin modificar. Necesita crear su propio hábitat y acomodar puntualmente la naturaleza para su supervivencia y bienestar. Cuanto más animal fue el hombre menor esfuerzo invirtió en la construcción de su espacio habitado. Pero incluso en su etapa de las cavernas ya había una pulsión por trascender al mero habitar que le llevó a generar las pinturas rupestres.
Por eso afirma Campo Baeza que “Conseguir la Venustas tras el cumplimiento perfecto de la Utilitas y la Firmitas es la mejor manera de conseguir hacer felices a los hombres”[2]. Una felicidad que trasciende a la satisfacción de nuestra realidad biológica perecedera e intrascendente por sí misma. Y es que desde los albores del pensamiento humano ya Platón intuyó que “la belleza es el resplandor de la verdad”, y la verdad además tiene capacidad de hacernos no solo felices sino también libres.
Trascender proviene del latín, y sus componentes léxicos son: el prefijo “trans-” (de un lado a otro) y “scandere” (trepar, escalar). Por ello, trascender es subir de un sitio a otro, evolucionar en sentido ascendente positivo añadiendo valor.
Por esta razón recordamos, estudiamos, y visitamos principalmente aquellas arquitecturas que tienen “algo más” que ofrecernos que una mera construcción que satisface una función útil para quien la habita. Porque en el fondo todos buscamos y disfrutamos de la belleza, pero solo unos pocos privilegiados, dotados de talento, y con la determinación y fuerza de voluntad para ello son capaces de generarla.
El secreto, en resumen, lo desvela Alberto Campo Baeza: “La belleza en la arquitectura aparece cuando esta es capaz de trascendernos. […] El verdadero arquitecto, es aquel capaz de conseguir que su obra le trascienda”[3].
Para cumplir tan excelsa misión, es imprescindible pensar en el otro, puesto que no basta con que la arquitectura plazca a su creador, ni siquiera a sus compañeros de profesión, sino que ha de trascenderle y gustar a los demás de hoy y los de mañana. La belleza es capaz de generar asombro imperecedero porque conecta al hombre con las preguntas trascendentes de su existencia de más difícil respuesta. ¿Qué se pregunta el ser humano a lo largo y ancho de la historia, que no tenga fácil respuesta y que la belleza pueda servir de puerta de acceso a su respuesta?
[1] Buscar denodadamente la belleza. Discurso del académico electo excmo. Sr. D. Alberto Campo Baeza. Leído en el acto de su Recepción Púlica el día 30 de Noviembre de 2014 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
[2] Ibid
[3] Ibid
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