¿Se puede enseñar subido en una apisonadora?
Combatir o iluminar.
Mejores y peores, maestros y alumnos, taxonomía docente en arquitectura.
¿Se puede enseñar a empujones? Plantea Burckhardt, recuerda el profesor Azúa, y traslada Santiago de Molina en una de sus Múltiples estrategias de arquitectura una reflexión que amerita un interesante debate.
Describe dos especies minoritarias de profesores que presenta como antitéticas y como si fueran una radiografía completa de las dos alternativas posibles y mutuamente excluyentes de docente universitario:
EL DELICADO-IMPLICADO: que se molesta por realizar actividades que exceden el estricto compromiso de su dedicación docente, con la voluntad de hacer vivencia en el alumno lo que se explica, con el fin de que quede grabado en su memoria como aprendizaje significativo. De estos hay muy pocos. Puede que no se recuerden, porque igual no se ha tenido la fortuna de tener a ninguno de ellos.
EL GENIO-APISONADORA: muy minoritario porque por desgracia hay pocos genios (cada día menos) a los que merezca la pena «seguir». Y porqué, aunque lo fueran, son pocos los alumnos a los que un solo profesor puede «agarrar por el cuello» y guiar «a empujones a través de zarzales y espinos» sin “escuchar sus quejas”. ¿No habrá otra forma de llegada a la maravillosa atalaya que solo ellos conocen? Curiosa, ruda y desagradable manera de hacer disfrutar de la belleza, propia de quien no empareja bien fines y medios, o de quien carece del atractivo suficiente como para hacerse seguir sin necesidad del uso de la rudeza tan poco deseable en una persona de gusto refinado, y tan tristemente vendida como epítome de la integridad en la infausta figura de Howard Roark en “El Manantial”. En realidad, hay muchos que solo son sádicas apisonadoras sin el más mínimo atisbo de genialidad. Esos deberían ser apartados de la docencia y algunos incluso merecerían juicio si se conociera el impacto real de sus acciones. Una universidad seria debería pasar y hacer caso a las encuestas de calidad de su profesorado.
Pero estas dos especies recogidas por mi amigo Santiago por desgracia son minoritarias en las aulas. Sino que se lo digan a José Ramón Hernández Correa, autor de ¿Arquitectamos locos?, o apelemos simplemente a nuestra memoria universitaria.
Estas dos tipologías no sirven para hacer una taxonomía completa de la especie, porque faltan en el listado las dos más comunes en la docencia, y una tercera que, siendo muy minoritaria, es francamente la más deseable.
EL NARCISO-INTELECTUAL: Vive para acumular y exhibir su conocimiento, sin importarle mucho si el alumno entiende o le importa aquello que él cuenta. Su objetivo docente es demostrar que tiene un conocimiento enciclopédico (acumulado tras años de lectura). Rara vez pregunta a los alumnos qué tal están procesando lo que reciben y si esto tiene algún sentido o interés para ellos. Se complace en suspender masivamente a todo aquel incapaz de llegar a los pies de su pedestal intelectual, y cree que esto no es síntoma de su mala praxis docente sino más bien fruto de su excelsa e inaccesible cultura (no necesariamente equiparable a la altura de su brillo profesional).
EL FUNCIONARIO DE CUMPLI-MIENTO: Cumple con pulcritud su compromiso laboral sin ningún tipo de exceso. Desarrolla intachablemente su temario con tanta puntualidad como falta de interés, ni para él ni para quienes lo escuchan. Es correcto y cumplidor en todo, y al mismo tiempo tan atractivo y nutritivo como un sándwich mixto.
Ambas especies se distinguen por tener CERO interés e interacción con su alumnado, a quienes observan como masa informe y anónima. Pero existe ese otro tipo de maestro, que no por escaso deja de ser al que todos deberían aspirar.
EL INSPIRADOR-PROFESOR KEATING / SEAN MAGUIRE / MORRIE SCHWARTZ: (los dos primeros de ficción interpretados ambos magistralmente por Robin Williams) y el segundo es personaje real inspirador de un libro de super ventas mundial “martes con mi viejo profesor”. Estos son los maestros que de verdad recordamos y deseamos encontrar en nuestra vida como alumnos.
Maestros cuyo conocimiento académico está al mismo nivel que el «interés real» y «afecto sincero» que demuestran por sus alumnos en todas sus dimensiones, y la capacidad que tienen de emocionarles, inspirarles, acogerles, motivarles y hacer irresistiblemente atractivo el aprendizaje para que sean ellos solos quienes prefieran renunciar a salir, comer o dormir por seguir profundizando en su saber. Son profesores que no luchan por “embutir conocimiento” con rapidez a sus alumnos, sino que son catalizadores que inician con su chispa la llama del interés por conocer que el alumno querrá seguir alimentando toda su vida a fuego lento.
Estos son los maestros que todo alumno que desee crecer, y esté dispuesto a esforzarse por ello querría tener en su vida. También es verdad que, en las aulas hay un alto porcentaje de “cachos de carne con ojos y encefalograma plano” que no se interesan mucho por su vida ni su educación y están en el aula porque no saben bien dónde meterse entre fines de semana. Pero, ese es otro tema que dará para otro escrito.
Esos maestros se ganaron su autoridad sin recurrir al poder que su condición les otorgaba. No nos agarraron del cuello sino del alma. No nos empujaron, sino que hicieron irresistible el no seguirlos. No solo escucharon nuestras quejas, sino que curaron nuestras previas heridas (sin abrir nuevas), despejaron nuestras desconfianzas, nos ayudaron a superar nuestras timideces y torpezas, supieron ver lo mejor de nosotros y nos hicieron creer en nosotros mismos, no nos rellenaron de su sabiduría, sino que abrieron nuestra mente y despertaron con afecto nuestra hambre de sabiduría.
Estos últimos, y no los otros, son LOS QUE NUNCA OLVIDAREMOS, LOS QUE QUEREMOS EN NUESTRAS VIDAS, mientras duran sus clases, y a ser posible también después. Los que citaremos y guiarán nuestros pasos toda la vida. La gran pregunta es ¿qué tipo de alumno eres o fuiste, y qué tipo de maestro quieres a tu lado o querrías ser?
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