La mejor manera de valorar el resultado de un viaje es preguntarnos al regresar del mismo si creemos que el mundo se ha hecho más asequible, porque lo conocemos mejor, o si sentimos que nuestro mundo es mayor que al partir porque hemos ensanchado nuestros horizontes de una forma inesperada. Eso es lo que distingue a un turista de un viajero.
El turista colecciona en su pasaporte sellos de: “estuve allí”, y cree ir teniendo su colección más completa cada día. El viajero, como Sócrates, cuanto más viaja más cuenta se da de lo poco que conoce, porque es más consciente de la inmensidad que le queda por descubrir. El turista se pone delante de la cámara para auto inmortalizarse, porqué él es el centro de atención. El viajero observa el mundo detrás del objetivo de su cámara, o incluso sin ella, porque no quiere perderse nada de lo que está descubriendo y aprendiendo. El turista se deja guiar o planifica y recibe los contratiempos como un problema. El viajero esboza el destino, pero acoge las novedades como desafíos y oportunidades para nuevas exploraciones. El turista compra cosas para importarlas a su vida de siempre; el viajero busca experiencias, lugares, gentes y costumbres nuevas para transformar su vida a mejor.
“El viaje del héroe” es un esquema en etapas definido por el antropólogo Joseph Campbel en 1949 cuando tras estudiar cientos de mitos y leyendas, de todas partes del planeta y todos los tiempos históricos, encontró los puntos comunes a todas esas historias épicas a partir de la antropología y la psicología. Es sintomático que los agrupara vinculados a la figura de un viaje vital. Lo mejor de cada protagonista emerge precisamente a partir de ese viaje. Es necesario salir de uno mismo, de su entorno conocido, de su zona de confort para poder aflorar lo mejor que atesoramos. El viaje nos desafía y libera nuestras mejores esencias, y suele ser denominador común de todo aquel que ha llegado lejos en la vida.
Los buenos arquitectos fueron todos grandes e incansables viajeros. Violet le Duc rechazó ir a la escuela de Bellas Artes para autoformarse recorriendo Francia e Italia con un bloc de notas en mano. Consiguió ser un referente en la arquitectura de su época y encargarse de la restauración de Notre Dame de Paris.
Le Corbusier no estudió arquitectura, se formó en disciplinas paralelas y viajando y haciendo prácticas estudios de arquitectura. En su “Viaje de oriente” se planteó que fotografiando no era capaz de captar lo que tenía delante, puesto que, al presionar el disparador de la cámara la imagen pasaba de la realidad a un rollo de película y ambas cosas eran externas a él. Por ello, decidió dibujar todo cuanto veía para que la experiencia pasara por su cabeza y fuera traducida por su mano[1]. Durante su vida fue recogiendo las impresiones de estos viajes vitales que quedaron plasmadas en más de 73 sketch books realizados entre 1911 con 24 años hasta su muerte en 1965.
Mies Van Der Rohe, cambió de rumbo profesional tras su viaje a Holanda al conocer la obra de Berlage, y acabó en Estados Unidos. Frank Lloyd Wright visitó México, Japón y Europa todos ellos con visible impacto en su obra. Alvar Aalto viajó por Europa en varias ocasiones y residió y trabajó en Estados Unidos antes de volver a Finlandia. Louis Kahn viajó por toda Europa, se instaló por un tiempo en Francia antes de regresar a Estados Unidos. Y así podríamos hacer un repaso por todos los clásicos. Es importante tener en cuenta que un viaje de aquella época requería una enorme cantidad de tiempo y energía, y el propio desplazamiento ya era una aventura. Pero, para los grandes arquitectos contemporáneos el viaje es parte indisoluble de su ejercicio profesional.
Por estos tres motivos; porque amplía nuestro mundo, porque libera nuestra mejor versión, y porque los maestros que admiramos así lo hicieron, viajar adecuadamente debería ser obligatorio en la vida y en la formación universitaria. La elección de universidad debería depender en parte de su oferta viajera. Debería formar parte obligatoria del recorrido académico y de nuestro currículum vitae. Ocurre con frecuencia que cuando se pregunta a un alumno recién graduado por su mejor experiencia universitaria, en la práctica totalidad de las veces esta siempre va vinculada a un viaje de estudios, y resulta inolvidable. La vida misma es un viaje de recorrido sorprendente y destino cierto, en el que bien merece la pena invertir todas las energías disponibles.
Por eso el poeta Konstantino Kavafis sugería en su poema “Itaca”:
“Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
[…]
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
¿Y tú? ¿Hace cuánto que no sales de tu zona de confort con actitud de viajero? ¿Qué viaje vital te falta por afrontar?
[1] Los viajes de Le Corbusier: https://www.youtube.com/watch?v=NW-ugB10Xd4&feature=youtu.be Min 3.30
Deja una respuesta