PRÓLOGO. MANHATTAN, 14 DE OCTUBRE DE 1942
Cuando se abrieron en Nueva York las puertas de la exposición “First Papers of Surrealism”, la mayor muestra surrealista organizada en Estados Unidos hasta la fecha, un suspiro de estupor se escapó entre los labios de sus primeros visitantes. Y es que, por delante de los cuadros, una enorme telaraña de cordel parecía haber conquistado todo el espacio: como si las conversaciones secretas que los cuadros tenían entre sí se hubieran solidificado en esa red de cuerda que ejercía de celosía obligatoria para la contemplación de cada una de las obras expuestas.
La instalación había sido ideada por Marcel Duchamp y se llamaba “Sixteen miles of string”.
PARÍS, 15 DE ABRIL DE 2019
Estaba escribiendo sobre París cuando me enteré del incendio de Notre Dame.
Es normal que todos los acontecimientos sobre los que había empezado a escribir y que vivimos hace un par de meses, durante la semana que pasamos en París como parte de un workshop de proyectos entre la UFV y la ENSAVT, se vean ahora bajo otra luz, iluminados por lo que ha pasado después en una muestra más de que el pasado es más cambiante de lo que nos creemos…
La reacción de muchos conocidos a través de las redes sociales ha sido la de colgar fotos suyas con la Catedral de Notre Dame al fondo. Selfies desastrosos en que ninguno de los dos protagonistas (ni ellos ni la catedral) salen muy favorecidos, o fotos amorosas en las que la catedral ejerce de testigo de un amor exhibicionista, o saltos congelados en los que Notre Dame es el contrapeso que demuestra que la gravedad existe y que el sujeto saltarín está, efectivamente, conquistando el vuelo con esfuerzo (y perdiendo la dignidad sin ninguno).
Ahora parecería que voy a criticar esas muestras improvisadas de afecto como poco serias o irrespetuosas. Pero todo lo contrario. Me parecen un testimonio precioso de una realidad profunda: somos relaciones. Cuando se incendia Notre Dame perdemos parte de la catedral, pero emerge la relación que manteníamos con ella, y rápidamente la compartimos. Un diálogo que establecimos en su día, cuando la vimos por primera vez, o cuando la conocimos a través del Jorobado, de algún libro polvoriento o de un profesor que nos pareció entonces quizás demasiado entusiasta. Ese diálogo fue creciendo a través del tiempo, regado de nuevos encuentros. Al final, todos teníamos nuestra historia con Notre Dame.
Y esa es probablemente la grandeza de Notre Dame, y de la arquitectura. Su capacidad de establecer relaciones con las personas. Digamos que los buenos edificios siempre están tendiendo la mano al que los vive, y, por lo mismo, son las personas las que los hacen grandes al responder al gesto. Que, como dice José Ramón Hernández Correa a propósito de Notre Dame, “un edificio es mucho más que un edificio”.
PARÍS, 10-17 DE MARZO DE 2019
En realidad, lo que había escrito más o menos sobre el workshop era esto. Que lo importante son los hilos que se tejieron. Hilos de oro que conectan personas, que conectan proyectos, que conectan lugares e historias y que se multiplican constantemente. En esa semana tejimos intentando crear una casa para una vieja campana en una iglesia que nunca fue terminada. Hablamos de ornamentos y de relatos y de sus tentáculos con la arquitectura y con la realidad. Los arquitectos aspiramos, como diría en alguna ocasión Luis Moreno Mansilla, a descubrir esos hilos para hacer visible el aire que respiramos
Alimentamos también nuestra relación con París, que ya era enorme porque las relaciones no son solo de uno sino de muchos y París es París. Pero, sobre todo, creamos una telaraña construida por personas. Porque al final lo que importa no es Notre Dame, ni París, ni las campanas, ni el workshop, ni los proyectos. Todo eso es lo que es en relación a lo que toca a las personas, que son lo que de verdad importa.
EPÍLOGO. MANHATTAN, 13 DE OCTUBRE DE 1942
Recordemos ahora el nombre de la instalación de Marcel Duchamp: “Sixteen Miles of String”. El cordel estaba barato en aquella época, y Duchamp calculó que dieciséis millas estarían bien para llenar la sala. Sin embargo, al montar la instalación, descubrió que con una milla bastaba.
Algo curioso ocurrió sin embargo antes del comienzo de la exposición. El cordel, de no muy buena calidad, y afectado por las condiciones de la sala, entró en autocombustión y se quemó. La red, que tanto había costado tejer, desapareció.
Evidentemente, Duchamp tenía cordel de sobra. Una segunda milla de cordel fue montada rápidamente antes del comienzo de la exposición. Estoy seguro de que no era exactamente igual que la primera, y en realidad da igual. Digamos que con las historias, los diálogos, las relaciones… no puede ni el fuego.
Ya lo estamos viviendo con Notre Dame. “Nadie se había imaginado, y menos los arquitectos, que la arquitectura aún importaba a la gente. Pero importa. Porque la herencia construida es uno de los últimos signos de cohesión social de los que disfruta el ser humano” dice Santiago de Molina.
Mientras la arquitectura siga siendo capaz de tejer relaciones con y entre las personas (y ahí aparece la cohesión social) seguirá importándole a la gente.
Y aquí entramos los arquitectos: ¿seremos capaces de ser tejedores de historias hoy?
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