Hace poco, durante una clase de proyectos con los alumnos más jóvenes, una simpática y valiente espontánea me preguntó: “Y de todas las referencias que vamos encontrando, o las que tú nos invitas a explorar, ¿cómo sabemos distinguir las buenas de las malas?”
La pregunta me sorprendió, pero me pareció muy pertinente. ¿Cómo argumentar a un alumno los criterios objetivos por los que algunos arquitectos se citan como referentes habituales e indiscutibles para la profesión, y otros se ignoran con pertinaz alevosía académica? (O incluso se critican abiertamente, aunque aparezcan con frecuencia en medios no especializados).
Hace no mucho, cuando un alumno quería saber algo, miraba y preguntaba a su maestro o al libro de texto de la asignatura. Si allí no encontraba respuesta, uno preguntaba a sus compañeros, a sus padres o a la enciclopedia de casa (una colección de libros de lomos todos iguales que ocupaba buena parte de la biblioteca del salón). Si allí no se encontraba respuesta, solo los más cumplidores e interesados investigadores se iban a una biblioteca bien documentada persiguiendo la información buscada.
Hoy en día el mundo ha cambiado drásticamente. Los alumnos, o cualquier persona en general, cuando quieren saber algo hacen una búsqueda rápida en el oráculo del siglo XXI, alojado en la WWW (World Wide Web). Si lo encuentran después de un par de “scrolls”, resuelto. Si tienen que pasar muchas pantallas o cambiar demasiadas veces el término de búsqueda abandonan la investigación.
La labor del docente ahora ya no es la de atesorar información en su memoria y exponerla con más o menos brillantez, la misión ahora es la de provocar el hambre de conocimiento en el alumno, y saber indicarle dónde están “las buenas ventanas” por las que asomarse a ese conocimiento. Saber distinguir lo bueno de lo no tan bueno, el arte de la impostura, la verdad de la falsedad, lo nutritivo, de lo que no alimenta, engorda o envenena la mente lentamente.
Una medalla deportiva es un reconocimiento objetivo al mérito atlético, obtenida en una competición en igualdad de condiciones (para eso están los jueces y las medidas contra el dopaje, para garantizar que no hay trampa en la contienda).
Una medalla militar premia el valor, la hazaña, o la lealtad para con el régimen del momento, y eleva el rango de quien la ostenta, de tal modo que le otorga autoridad para comandar a la tropa menos laureada todavía.
Una medalla arquitectónica sirve para mostrar al mundo quienes, a los ojos de los académicos y expertos de la materia, merecen atención, respeto y servir de referentes en la materia. Es una forma de fijar abiertamente los patrones de excelencia. En estas medallas la medición y el rigor es menos exacto e indiscutible que el marcador electrónico del tanteo final, la foto-finish o la medida que marca el cronómetro o el metro que mide la distancia lanzada o saltada en la competición. También es seguro que “NO ESTÁN en el medallero todos los que son”, y habrá quienes opinen incluso que “NO SON todos los que están”, pero lo cierto es que ese medallero merece la atención y estudio de los que quieren saber de la materia. Conocerlo con profundidad se convierte en obligación básica para la persona culta, y desconocerlo delata ignorancia o soberbia en el caso de que ese vacío provenga de la indiferencia.
La concesión de estas medallas al mérito artístico, o cultural, no está exenta de “dimes y diretes”, y como todo galardón sujeto a “fallo” admite un cierto grado de debate, máxime cuando premia una labor en el mundo del arte cuya delimitación es igualmente abierto y difuso. Lo cierto es que para obtener la medalla es necesario poner de acuerdo a un buen número de gente que sabe de lo que habla, y el galardón es tanto más creíble, como numeroso y excelso es el elenco de jueces que la otorgan. Es una forma de decir a esa alumna inquieta, “estos arquitectos cuentan con un amplio consenso de excelencia dentro de la profesión”.
Para quien quiera saber de arquitectura española, además de otros maestros debe conocer a los galardonados con la Medalla de oro de la Arquitectura del CSCAE (Consejo Superior de Colegios de Arquitectos). Cuyo fin es[1]: reconocer en vida, de forma pública y notoria el esfuerzo de las personas e instituciones, que, en su trayectoria, ensalzan y ennoblecen el quehacer arquitectónico. En 2019 la recibió Alberto Campo Baeza. Maestro íntegro, generoso y dedicado en cuerpo y alma no solo al buen ejercicio de la Arquitectura sino también a su docencia. La presencia de Campo en el listado de medallistas prestigia la medalla y oficializa su incuestionable y duradero ascendente sobre las últimas generaciones de arquitectos.
Para los que quieran saber de arquitectura internacional deben conocer a los medallistas de la Medalla de oro del RIBA (concedida por el Royal Institute of British Architects) cuyo fin es[2] reconocer toda la trayectoria profesional de aquellos arquitectos que han tenido una influencia significante directa o indirectamente en el avance de la arquitectura.
Y para los que quieran conocer a los grandes maestros contemporáneos deben conocer a los medallistas del Premio PRITZKER (que lo otorga la Fundación Hyatt, propiedad de la familia Pritzker de Chicago) Su propósito es[3]: “honrar arquitectos vivos cuyo trabajo construido muestra una combinación de talento, visión y compromiso que ha producido consistentes y significativas contribuciones a la humanidad y su entorno construido a través del arte de la Arquitectura.
Tu nota en conocimiento básico de arquitectura puede asemejarse al porcentaje de arquitectos que conoces de estas tres listas.
¿A cuántos conoces?
[1] Propósito de la Medalla de oro de la Arquitectura del CSCAE según su página web:
https://www.cscae.com/index.php/conoce-cscae/area-cultural/medalla-de-oro-de-la-arquitectura
[2] Propósito de la “Royal gold medal” del RIBA según su página WEB:
https://www.architecture.com/awards-and-competitions-landing-page/awards/royal-gold-medal
[3] Propósito del premio Pritzker tal y como se enuncia en su página Web:
https://www.pritzkerprize.com/about
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